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El derecho de los niños a vivir en un mundo compasivo

Ago 3, 2023 | Blog

Por: Lorena Morales

A partir de una conversación acerca de la serie de Netflix “13 Reasons Why” (“Por trece razones”) que aborda temas como el bullying y suicidio en adolescentes, escuchaba a un padre preocupado porque en el “chat” de la generación de su hijo, bulean –es decir, acosan—a un estudiante poniendo “memes” con burlas hacia él o haciendo comentarios ofensivos y nadie hace nada ni para defender ni para detener esta conducta. Y al confrontar al hijo y preguntarle porqué él no hacía nada al respecto, él contestó “porque yo soy popular, a mi jamás me van a molestar y tú no te metas”.

Pudiéramos pensar que el padre recapacitó en el acto ante esta respuesta actuando en consecuencia, pero no, se quedó callado alimentando en su hijo el narcisismo (egocentrismo) y sociopatía (conductas impulsivas y agresivas que conllevan falta de empatía y remordimiento) y esperando que éste continúe siendo popular y viva en su “mirreynato” toda la vida. Dudando por un momento en qué hacer, pero prefiriendo seguir en su zona de confort donde mientras el hijo esté “arriba” en la escala social, él seguirá protegiéndolo y dejando que goce de los privilegios, tal y como él lo hace.

Esto considero que es una de las claves para comprender el porqué se perpetúan y agravan las situaciones de acoso entre niños y adolescentes: el ejemplo y participación de los papás. Ya sea ellos mismos como “bullies” o promotores de estas conductas en sus hijos o como espectadores pasivos que prefieren que su hijo participe en el grupo de los poderosos o de los que se mantienen al margen, antes que identificarse con los buleados.

Y en el caso de los papás que llegan a observar señales de que acosan a su hijo –pues generalmente las pasan por alto—no es infrecuente observar que lo nieguen o dejen que lo maneje solo, pensando que es algo pasajero o no grave, alimentando los sentimientos de soledad e incomprensión y más aún, de que es un desadaptado y por tanto culpable de su posición.

Pero surge el cuestionamiento, ¿desde cuándo empezó el problema?, ¿qué tipo de mensajes están recibiendo nuestros hijos? ¿porqué es tan común el ver “juniors” o “mirreyes” haciendo de las suyas en los ambientes donde se mueven?

Una de las muchas respuestas podemos encontrarla en la falta de compasión proveniente del analfabetismo emocional que impera en la sociedad. El educar hijos centrados en sus propias necesidades y ajenos a las incomodidades que genera el interactuar atendiendo al otro, donde no les ha sido modelado el reconocer emociones tanto propias como ajenas, los incapacita para la empatía y la conexión íntima. Se van formando vidas vacías donde da igual molestar a un compañero pues no representa más que un objeto de diversión o de confirmación de la propia posición de poder. Y ¿cómo no esperar que un adolescente sea déspota si ve como sus padres discriminan o descalifican a otros, desde el personal de servicio en sus casas o en los restaurantes, hasta las faltas de respeto entre cónyuges o miembros de la misma familia?

Entendemos por compasión “un sentimiento humano que se manifiesta a partir y comprendiendo el sufrimiento de otro ser”. Entonces, ser compasivo va más allá de ser empático, pues implica identificarnos con el otro. Por lo tanto requiere conocernos a nosotros mismos y observarnos sin juicios, de tal forma que podamos conocer a los demás con una mirada sensible y bondadosa. Y todavía va más lejos, pues no se limita a comprender, sino a buscar aliviar el sufrimiento, pues la compasión mueve a actuar.

¿Qué tanto promovemos el autoconocimiento en nuestros hijos? ¿Les permitimos expresarse y respetamos sus emociones y sus ideas? ¿Qué tanto los aceptamos como son? Y más que eso, ¿qué tanto les comunicamos nuestra admiración ante la maravilla de que simplemente sean y estén en nuestras vidas? ¿Qué hacemos por que identifiquen en los demás sus propias emociones y atiendan a las necesidades de otros?

Todos los niños nacen con una capacidad natural hacia la empatía, pero conforme van creciendo, ésta puede disminuir o crecer de acuerdo a las oportunidades y al ejemplo que vayan recibiendo. ¿Qué tipo de héroes siguen nuestros hijos? ¿Fomentamos que idealicen estrellas millonarias o les brindamos ejemplos de personas que con su trabajo, generosidad y perseverancia están mejorando sus comunidades? ¿Qué valores les estamos inculcando? ¿Qué actitudes les estamos modelando?.

En un estudio de la Universidad de Michigan, dirigido por Sara Konrath , cotejaron resultados de un instrumento aplicado a estudiantes de carrera de 72 universidades de Estados Unidos, encontrando que entre 1979 y 2009 hubo una caída de 40% en las respuestas que mostraban empatía tales como “En ocasiones trato de comprender a mis amigos imaginando cómo se ven las cosas desde su perspectiva” y “frecuentemente tengo sentimientos de compasión hacia las personas menos afortunadas que yo”. Incluso Barack Obama en un discurso en el 2006 se mostró preocupado por el “déficit de empatía” que observaba en Estados Unidos. Y a pesar de no tener estudios paralelos en México, tenemos evidencia de que no nos quedamos atrás.

Nuestros hijos nacieron ya con la tecnología como medio de comunicación, donde es más fácil insultar y desprestigiar a alguien a quien no se está viendo a la cara. Donde no dimensionan las consecuencias de sus actos pues los receptores la mayor parte de las veces se refugian, en silencio, detrás de sus pantallas escondiendo su depresión y alimentando su resentimiento. Retrasemos lo más posible su incursión en las redes sociales y brindémosles educación en su manejo. No porque llegan a una edad determinada, ya están listos para tener teléfonos inteligentes sin supervisión ni límites. Atendamos el que tengan más tiempo de contacto “en vivo” con sus amigos que a través de los “chats” y busquemos en todo momento el que desarrollen la sensibilidad y respeto hacia los demás, empezando por el ejemplo que les damos en cómo utilizamos nosotros nuestras propias redes.

Iremos haciendo progresos en la medida en que logremos entender nosotros y comunicarles a ellos que detrás de cada persona hay una historia y una razón de su comportamiento; que quienes son diferentes tienen mucho que enseñarnos; que somos humanos y cometemos errores y que hacerlo es parte de crecer; que cada quien tiene su verdad y podemos interesarnos en comprenderla y respetarla.

En cuanto a la parte de la compasión que nos lleva a actuar, no nos quedemos como espectadores o bystanders, defendamos y corrijamos situaciones de acoso tanto en nuestros círculos como ayudemos a nuestros hijos a manejarlas en los suyos. No tengamos miedo a hablar y sigamos nuestra intuición cuando detectemos señales de alarma. Acerquémonos a las autoridades de los colegios si hay algo que denunciar y unámonos como papás para favorecer mejores ambientes para nuestros hijos. Dejemos a un lado la actitud de indiferencia con la que el bully cobra fuerza, y vayamos cambiando la cultura que premia al fuerte y descalifica al débil.

Necesitamos un mundo más compasivo, más humano pero no esperemos a que se desaten problemas serios en la adolescencia para corregir el rumbo. Empecemos desde que nacen a mostrarles un mundo más atento, más cercano, donde nosotros seamos los primeros que con nuestra presencia y amor incondicional les hagamos saber que es seguro expresarse y crecer.

Fomentemos con nuestra actitud abierta un clima de comunicación donde prevalezca la confianza, pues sabrán que mostraremos lealtad hacia ellos en cualquier situación. Donde los acompañemos sin enfrentarlos todo el tiempo, donde el motor sea el amor y no el rechazo y los castigos. Sembrando compasión, podremos prevenir mucho sufrimiento y cosecharemos una comunidad más humana y más feliz.

 

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Lorena Morales es psicóloga clínica, psicoterapeuta y tanatóloga, especialista en terapia individual, pareja y familia. Fundadora de Blueprint Human Consulting a través de la cual también brinda asesoría y capacitación a instituciones y empresas.