Votar, aunque no nos gusten los resultados
Votar, aunque duela
Votar contra viento y marea
Votar, un derecho irrenunciable
Votar: nadie dijo que era fácil
Por Marcela García Machuca
Era el año 2000. El país estaba en convulsión y efervescencia por un candidato de oposición, dicharachero, botudo y bigotón, que tenía la fuerza y el arrastre suficiente para cambiar el régimen reinante en México desde hacía 70 años, pero a mí no me gustaba, me parecía fanfarrón. Mi corazón había sido robado por un hombre pequeño con una malformación congénita que disminuía y deformaba sus brazos, pero no su mente y su carácter, era Gilberto Rincón Gallardo, candidato a la Presidencia por un partido igual de pequeño, Democracia Social. Era un intelectual que decía y condenaba con palabras agudas lo que nadie podía articular con inteligencia.
En casa discutíamos sobre el voto útil, a favor de Fox, que era el puntero, y el voto por convicción, que era el mío. No convencí a nadie. Pero yo no podía darle a alguien que me caía tan mal y me parecía un remedo barato de oposición lo más valioso que tenía ese 2 de julio, y no se lo di, se lo otorgué a mi pequeño candidato.
Ese verano mi familia se fue de vacaciones, pero yo tuve que quedarme a trabajar en el periódico sabrá Dios por qué motivo. De regreso, en el aeropuerto de Guadalajara se lo encontraron, mi hermana con una mega panza de siete meses de embarazo se abalanzó sobre él para felicitarlo, le dijo la muy grosera, “lo admiramos mucho, yo no pude votar por usted, pero mi hermana sí”, Rincón Gallardo sonrió y sólo dijo: “mm, mi partido perdió el registro por falta de votos”. Ocho años después murió por problemas cardiorespiratorios.
He de decir que lo recuerdo con dulzura, como una novia recuerda a su prometido que murió lejos sin haberla besado como Dios manda. De hecho, casi nunca la democracia me ha besado como Dios manda. Creo que sólo una vez ha ganado un candidato a Presidente por el que voté. Pero jamás he considerado no votar, ni siquiera ahora, que sigo sin decidirme por quién he de hacerlo el próximo julio.
Quizá como nunca antes muchos están en el mismo dilema que yo. ¿Por qué? Porque quienes dudan confían en que su voto cuenta, porque quieren dar batalla, porque tienen esperanzas.
Muchos otros, sin embargo, sí han considerado no ir a las urnas o invalidar su sufragio pues ningún candidato llena sus expectativas. Es cierto.
Pero nunca -¡nunca!- debemos renunciar a nuestro derecho de votar, ha costado muchas lágrimas y sangre conquistarlo, hace menos de un siglo, los comicios se vigilaban disparando a los votantes, nos los recuerda Enrique Krauze en su artículo para Letras Libres “Codornices y Electores”.
Hoy, en la mayor parte del País, las elecciones son un verdadero ejercicio ciudadano, en la ranchería en la que vivo, mi cocinera es funcionaria de casilla y me da instrucciones a mí, uno que se parece al tractorista revisa credenciales, y todos somos iguales. Esto es algo invaluable. Su solo esfuerzo merece que yo también me levante a votar y ejerza mi sufragio lo mejor posible.
Dejar de votar una primera vez abriría la puerta a la indiferencia, instalándose y tomando el lugar de nuestra conciencia, dejaría que la desidia haga nido y nos distanciemos cada vez más de la democracia. Votar es la acción más básica de nuestra ciudadanía, la primera de una interminable ristra de tareas como ciudadanos.
En la misma revista, Antonio Espino escribe “Fernando Savater dice con razón que hay dos clases de políticos: los ciudadanos políticos que eligen y los ciudadanos políticos que son elegidos. Si los segundos no hacen las cosas bien, los primeros tienen que hacer algo al respecto”.
Y nosotros, los segundos, tenemos mucho que hacer todavía, en primer lugar ser una ciudadanía madura, leer con cuidado y no ser presa de las mentiras que inundan las redes sociales; habría que invertir más tiempo en investigar y contrastar las noticias y los medios, llegar a la elección como mejores y más informados votantes, prepararnos igual que los candidatos, porque después del 1 de julio estaremos todavía aquí y alguno de ellos allá. Nos tocará ser críticos, acercarnos u organizarnos para pedir cuentas.
Pero, nuestro trabajo ciudadano y demócrata no termina ahí. Si hoy, no nos gustan los nombres que aparecerán en la boleta electoral que dirá Presidencia de los Estados Unidos Mexicanos; si, como dice Espino, las élites académicas, económicas e intelectuales le han dado la espalda a la política; si tenemos la sensación de que los mejores hombres y mujeres no están contendiendo por el puesto más importante, pongámoslos los ciudadanos.
Es el momento de construir liderazgos, apoyemos desde ahora a los nuevos valores de la política, aquellos jóvenes o independientes valiosos que luchan por alcaldías, diputaciones o senadurías, para que dentro de seis años tengamos por fin una nueva clase política que nos represente en la boleta para gobernar el país.
Yo no pienso esperar a que sean mis nietos quienes lo vean.
Recent Comments